domingo, 7 de agosto de 2011

Y entre tanto, agua fría (1ª parte)


 (......)

Quedaba una hora para que acabase mi turno de llamadas. Me había despertado por la mañana igual que otro día, había corrido al autobús y había llegado a la oficina.
La misma gente de siempre, la misma atmósfera cargada y poco estimulante. Las excusas de los clientes, exactamente las mismas. Me alegraba, nadie había percibido que hoy era mi cumpleaños, y podía mostrar a los clientes una voz radiante desde el otro lado del auricular. El balance de nuevos clientes que captábamos seguía siendo de dos a tres personas por hora. Todo seguía igual. 

Era el momento de marcar automáticamente el siguiente teléfono correspondiente al distrito con el que esa mañana me tocaba trabajar.
En realidad, mi compañero se había ausentado ‘’por enfermedad’’ justo el día en el que me enteré que llegarían varios familiares suyos de visita, y desde la central decidieron que el distrito con el que él trabajaba era mucho más propenso a aceptar este tipo de ofertas que con el que yo trabajaba. Puras estadísticas. 

Solo por hoy tenía que trabajar con un distrito que no me correspondía. << ¿Regalo indirecto de cumpleaños?— Pensé para mis adentros>>.
Aún así no me molestó. Tampoco gozaba de la situación adecuada como mero empleado que era para quejarme sobre mi trabajo. Lo único que en realidad me descolocó fue la llamada que realicé. Era la octava.

Tras escuchar una ristra de continuos pitidos, uno detrás de otro, aguardando impacientes el momento en el que ya no tuviesen que llenar el vacío de la conexión, la llamada pareció dar respuesta. Con los meses que llevaba trabajando aquí, sabía diferenciar con exactitud la relación existente entre la actitud que mostraría el interlocutor y el número de pitidos que habían dejado escapar hasta contestar.
Si respondían, o era porque comprobarían rápidamente de quien se trataba y colgarían de nuevo sin ni siquiera volver a contestar, o era porque esa llamada les sacaba de un apuro y accedían a las ofertas como agradecimiento.
Si los pitidos se alargaban hasta el cuarto o el quinto sin contestación, en el mejor de los casos era alguien que accedía a tus explicaciones, unas veces más seguro de querer escucharlas y otras menos. Y en el peor de los casos, se limitaban a negar de nuevo, pero esta vez educadamente y con mucha más delicadeza, habitualmente de aquellos que no sabían cómo excusarse y decir que no. 

Y si los pitidos sobrepasaban los ocho o nueve, ya podías dar la llamada por finalizada. Estos nunca contestarían.
En el caso de la llamada que estaba haciendo, la uniformidad de los pitidos se alargó hasta el octavo timbre, justo antes de cruzar la barrera que había asignado, y  a partir de la cual aseguraba que no contestarían. 

Al otro lado, recién salido de la nada, un ruido de fondo se reveló antes que la propia voz del interlocutor. Frente al silencio y monotonía que reinaba pocos segundos atrás, la conexión establecida resultaba molesta  y crispante, y tardé más tiempo de lo normal en acostumbrar mi oído a esta nueva situación.

— Muy buenas— Escuché desde la otra punta.
Rápidamente entendí que se trataba de la voz de una mujer, una mujer joven. Tenía la voz grave.

— Buenos días, somos de la agencia de telecomunicaciones XhhX. Creo que ya conoce nuestros servicios más punteros, pues nos encontramos entre los primeros puestos del mercado. Me gustaría informarle totalmente gratis sobre una de nuestras promociones. Dígame, ¿Tengo el placer de hablar con el titular de la línea de teléfono?— terminé preguntando tras un discurso que casi podía escribir con los ojos cerrados.

— Bueno bueno bueno…. ¡Feliz cumpleaños! ¡Qué casualidad encontrarnos por aquí!— escuché con tono sarcástico, rodeado del ruido de fondo que continuaba sin cesar—  ¿Desde cuándo trabajas en esto? Veo que rehaces tu vida empezando desde cero, igual que una casa nueva. No sabes lo que me alegra oírte.

La respuesta había paralizado por un momento todo mi sistema nervioso. Estaba totalmente congelado, hipnotizado por cada palabra que había pronunciado. No sabía cómo responder. El mismo discurso que apenas diez segundos antes había recitado se había esfumado de mi mente y ahora no queda nada en ella, estaba totalmente en blanco.
No tenía tiempo para reaccionar metódicamente tal y como había aprendido a hacer ante clientes demasiado bordes o ante situaciones violentas. Su respuesta me había desconcertado… Se pasaron alrededor de treinta segundos hasta que intenté reconducir la situación, hacerme el tonto y evitar cualquier toma de contacto con aquella desconocida más allá de lo puramente profesional. Mientras, ella esperaba al otro lado sin rechistar.

— Perdone, no se a que se refiere— contesté—. Si puede ser tan mable de indicarme quien es el titular de la línea telefónica.
— Me parece muy fuerte, que lo sepas…. ¿Es que ya no sabes quién soy?— escuché.
Tardé en contestar, pero la voz de la mujer tampoco parecía impacientarse por mi respuesta. Definitivamente no tenía ni idea de quién podía tratarse. 

Un sudor incómodo empezó a recorrer distintas partes de mi cuerpo: axilas, frente y manos eran los lugares donde sentía el húmedo tacto de unas gotas que continuamente tenía que secarme. 

— Mira, para que dejes de hacerte el tonto, y te vayas haciendo una idea, estamos y hemos estado mucho más cerca de lo que ahora puedes imaginarte— contestó de repente—. Date la vuelta, ¿Cuánta gente hay sentada detrás de ti?— Me di la vuelta. Mientras su voz continuó—. Tienes una fila de empleados justo detrás. En total nueve más. ¿Los ves? El primero es un hombre, más mayor que tú. Si, si hoy tú cumples treinta y tres años, el llegará a los cincuenta y dos. Su cara no es muy agradable, se nota que este trabajo nunca fue su vocación. ¿Y ves la chica que hay justo detrás de él? Mírala, ella es más joven que tú, seguramente estudiante, y ahí la tienes sacándose cuatro duros haciendo llamadas también.
Tras una breve pausa, ella prosiguió:

— ¿Y qué hay de ti? No es por dar la lata… Pero la camisa que llevas puesta está sucia… Mira el cuello, ¡Está asqueroso! ¿Por qué la metes en el armario sin lavar? Normal, tampoco quiero criticar cómo organizas tu vida, pero me parece bastante fuerte que desperdicies tus días cada tarde con el alcohol. Luego te levantarás medio borracho y no sabrás ni lo que has hecho ni lo que haces. Tu mismo.
Bueno, que me dices, ¿Ya tienes suficientes pistas para saber quién soy? ‘Señor-telefoneador’— terminó diciendo de nuevo con tono sarcástico…

Ahora sí que podía sentir la modulación impaciente de su voz. Pero no podía responder. No sabía cómo responder. Si respondía, descubriría mi voz temblando. Todo lo que me había descrito era cierto. El hombre y la muchacha de detrás, la fila de personas, y qué hoy llevase camisa. 

Pero lo del cuello había sido demasiado...

(......) 
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