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— Ya sé que estás hablando en serio, nunca te he tomado por embustero— dijo Susana desde el otro lado del teléfono tras escuchar mi petición.
La conexión telefónica seguía abierta, y yo me había anonadado pensando en ese pacto que irremediablemente tenía que quebrantar. Entonces ella prosiguió:
—Pero no puedo evitar preocuparme; Parece que quieres tentar a la suerte… Una especie de provocación muy descarada, ya sabes. Podrías venir a comer o cenar, podrías ir a ducharte a casa de algún amigo. Pero no, necesitas estar duchándote desnudo en mi casa y encima quedarte a dormir. Espero que estés seguro de lo que haces.
Gracias al tono preventivo que Susana había utilizado en sus últimas palabras, pude comprender que la atracción que sentimos entonces iba a volver a despertar indomablemente si nos reencontrábamos de nuevo. Ella sabía que era estúpido reprimirse, sabía que volveríamos a tener sexo con tanto vigor, hasta alcanzar el mismo clímax sexual de hacía meses. Que haríamos el amor tan salvajemente gracias a la vuelta de esa especie de semilla imán que nos seducía hasta distorsionar nuestros encuentros e incitarnos al sexo tan bruscamente.
— Lo sé— contesté con preocupación—. Y te aseguro que no estaría acudiendo a ti si no fuese necesario. Como te he dicho, he intentado contactar antes con más conocidos y no he obtenido respuesta.
— ¿No serían también otras mujeres con las que solías acostarte?
Dudé en que debía responder. Ahora no podía engañarla…
—Sí, la verdad es que si…— afirmé—. He intentado llamar a otras mujeres con las que me he acostado noche tras noche antes de conocerte. Pero no han respondido… Desde que te dije que por mi bien era mejor que dejásemos de vernos a solas, he conseguido enderezar mis sentimientos. Encontré una especie de rutina y trabajo que aplacaron mis intensos deseos sexuales. Y como te he contado más de una vez Susana, igual que aparecieron de la nada, ahora se han esfumado de nuevo hacia la nada. De momento no he necesitado acostarme con nadie más… Creo que me he vuelto un poco maniático desde la última vez que nos vimos— la confesé mientras dejaba escapar una sonrisa que pareció recoger en su mente—. Yo solo necesito una ducha lejos de la zona en la que vivo. Lo que ocurra antes o después estando en tu casa, nunca lo podré adivinar. Intentaré ser optimista.
— De todos modos, ya te digo —añadió Susana—. Que a mí no me importa romper la promesa todas las veces que sea necesario. Sabes que nos atraemos irremediablemente. Nuestros encuentros se habrían reducido a la mitad si no hubiésemos ido muchas veces a lo que íbamos. Así he conocido una parte más íntima de ti y me alegro. Además, también te he echado de menos todo este tiempo… He evitado llamarte pensando exactamente en eso, en que sería por tu bien. Simplemente me ha sorprendido que ahora seas tú el que llama. Como si te hubieses dado por vencido.
— Veo que no me guardas rencor. Y que comprendiste que ya me tocaba aplacar el hervidero que llevaba dentro —la dije con una sonrisa entre labios.
— ¿Rencor? ¡Y eso por qué!— se extrañó—. ¿Tú sabes lo que disfrute cada vez que estabas dentro de mí…? Sé que todo lo bueno acaba, así que me imaginé que algún día llegaría el final. Pero solo una cosa más.
De repente el tono despreocupado que había usado anteriormente se esfumó. Entonces ella prosiguió:
—Dudo que esas mujeres a las que has llamado tengan el teléfono apagado. A la hora de comer, todo el mundo está pendiente del teléfono. Es algo que he podido comprobar día tras día. La gente está deseosa de hablar con alguien mientras come para hacerse el interesante, para parecer que no se aburren masticando. Y cualquier sonido ajeno al movimiento de su boca, es captado rápidamente por su atención. ¿Nunca te ha pasado eso?
Paró repentinamente. Había hablado demasiado rápido y ahora tenía que tomar aire. No contesté a su pregunta, la verdad es que era algo sobre lo que no había reflexionado antes. Tras unos segundos, prosiguió:
—He reconocido tu número en cuanto ha aparecido en la pantalla. Y he contestado porque quiero verte. Pero esas mujeres a las que has vuelto a llamar… Créeme, tengo la intuición de que no te han respondido intencionadamente. Nada más ver tú número se habrán echado a temblar, preguntándose porque las requieres de nuevo. Seguramente estén deseosas de compartir más noches magníficas de sexo contigo, pero tienen sus compromisos, parejas o maridos. Y si contestan, tú te habrías entrometido de nuevo intensamente en sus vidas, como dejando un caramelo en la boca de un niño y prohibiéndole que lo saboree. Y más aún con la petición que andas haciendo. ¿Te has preguntado si acaso yo también he reconducido mi vida, si estoy preparada o no para verte?... ¿Qué pasa si ahora te digo que tengo pareja y que no debería verte?
Me quedé paralizado. No sabía cómo responder. Conocía bastante bien la modulación que Susana utilizaba para expresar sus sentimientos, pero medio año de ausencia también había pasado factura en mi mente, y no podía diferenciar si se trataba de una broma o de un hecho verdadero.
— ¿Estás saliendo con alguien? —la pregunté con tono preocupado, aunque mi única intención fuera la de asegurarme.
—No, tranquilo… No te alarmes, no tengo pareja— respondió ella con un suspiro—. Lo único que quería decirte es que, aunque hemos disfrutado mucho juntos, también tengo mis principios y aspiraciones. Solo te pido que la próxima vez que me llames, seas más sutil con tus propuestas. Que no tenga que pensar mal de primeras, sentirme como una especie de último comodín al que acudes para excitarnos y tener sexo…
>> Escucha, nunca sabrás cuando he conseguido reconducir mi vida. La manera en la que dejamos de vernos nos abría las puertas para empezar de cero. Y el final de nuestros encuentros fue esa fase preliminar. A lo mejor— dijo seriamente—, un día se te ocurre llamarme y ya no contesto. A lo mejor reconozco tu número en la pantalla del móvil y decido no contestar. Te puedo asegurar que no deja de ser lo que han hecho esas mujeres que no han cogido tu llamada. Solo por miedo a revivir esos viejos momentos del pasado que tú mismo prohibiste. Y yo, tengo miedo también de que me llames un día y no pueda decirte que no. Que necesite tocar y ver tu cuerpo otra vez, desnudos los dos. Drogada por la excitación, queriendo alcanzar de nuevo el mismo placer que cuando nos acostábamos… Solo quiero avisarte. La próxima vez que nos veamos, que sea para tomar unos cafés juntos. ¿Vale?
— Te entiendo —la dije—, pero ya llevó tres días sin ducharme y necesito un baño cuanto antes… Intentemos controlarnos Susana.
— Vale, no te preocupes, confío en ti. Pásate esta noche, cenamos juntos y así me cuentas como te va con esa nueva rutina que dices. Después te duchas y a la cama. Lo que tenga que ocurrir, que ocurra— clausuró con tono resignado—. Te veo a las diez en la entrada de mi casa. Vivo donde siempre, todo sigue igual que antes, así que no temas. ¡Hasta luego!
La conversación con Susana me tranquilizó. Entendía su desconcierto por el favor tan repentino que la pedía, pero comparado con el desbarajuste que llevaba experimentando desde el día de mi cumpleaños, su confusión me hacía sentir seguro y amarrado a los cauces de la realidad, a las posibilidades factibles de que algo ocurriera.
Su confusión al menos era coherente y razonable, y no se trataba del conjunto de absurdos que habían sacudido mi vida durante los últimos días…
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