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Marie me dejó la dirección de la tienda a dónde tenía que ir a buscar el pedido. Para mi sorpresa, se encontraba muy cerca de casa. Me dijo que las tiendas dónde se vendía el juego llevaban poco tiempo abiertas, pero que habían crecido tan desmesuradamente que necesitaron establecer una nueva en cada distrito de la ciudad. En total unas veinte y pico.
Pero a mí, igual que el juego del que hablaba mi esposa, la tienda no me sonó de nada una vez que la encontré. Nunca había visto ese local allí. Es más, tenía la sensación de que había pasado cientos de veces con el coche por aquella calle pero nunca había visto aquella tienda. Juraría que en ese mismo lugar antes había una panadería. Mientras, la gente paseaba y cruzaba por delante con indiferencia, como si fuese de lo más normal la existencia de ese local desconocido. Aparqué en la acera de enfrente. Eran las doce y veinticinco.
Cuando dieron las doce y media, sin incumplir las indicaciones de mi esposa, entré en aquella tienda. Estaba decorada completamente de azul. Muebles y sillas azules, paredes azules. Incluso el único empleado que allí encontré llevaba puesto un mono de color azul. Sin demorarme demasiado, me dirigí al mostrador donde aguardaba el empleado. Le indiqué el nombre de mi esposa, y que venía a recoger un pedido de hacía aproximadamente una semana.
—Una pregunta rápida —le dije antes de que entrase en el almacén en busca del juego.
—Sí, dígame —contestó con amabilidad.
—Mi esposa se ha antojado de este juego hace muy poco... Dice que no paran de hablar de él. Parece que se ha convertido en una nueva moda. ¿Es eso verdad? Oiga, ¿Y qué narices tiene dentro para tener tanto éxito?
—Ahh… ¡Sorpresa! —espetó abriendo con exageración la boca. Sus hombros se elevaron para acentuar su interrogación—. Ya lo comprobará usted mismo, juegue cuanto antes. Y por cierto, no se trata de una simple moda. Si dice eso, estará ofendiendo a nuestro producto. Nuestro producto es más que una moda, es un nuevo estilo de vida. Es una nueva realidad.
—Ya…entiendo —comenté inseguro frente a la firmeza con la que aquel joven había expresado su último discurso—. Pues en todo caso, ¿Quién es la empresa o el creador de este juego?
— ¡Es que todavía no los conoce! —boceó abriendo sus ojos tanto como su boca. De nuevo tenía pinta de sentirse herido con mi pregunta—. ¡Si salen todos los días en los medios de comunicación! ¿Acaso no lee el periódico o escucha la radio? Qué vergüenza… Pues mire, se tratan de los señores zorros.
— ¿Señores zorros? —se me escapó sin querer. Intenté reconducir la situación —. ¡Ah! ¡Comprendo! Los Señores zorros. Sí, sí, esa una nueva empresa, un nombre muy original.
—Déjese de tonterías. Hasta que no abra el juego no sabrá exactamente ni quiénes son ni a qué se dedican. Bueno, si quiere, le puedo dar algunas pistas. Pero cállese que lo que voy a hacer está prohibido.
El chico tragó saliva. Solo necesitaba un discurso absurdo y unos cuantos gestos para crear una atmósfera misteriosa. Entonces prosiguió con su explicación:
>>Los Señores zorros son simples zorros, pero ahora, dada su reputación y prestigio, se merecen el distintivo de Señores. ¿O es que usted no sabía que los zorros se caracterizan por ser los animales más astutos que hay? Pues ahí está. El juego que enseguida tendrá entre sus manos, señor, ha sido diseñado y construido por los mismísimos Señores zorros. Y han sido lo bastante astutos cómo para engendrar un juego de mesa tan adictivo que está siendo capaz de instituir un nuevo estilo de vida. No una simple y pasajera moda, no se confunda. Pero ya lo comprobará, solo los que empiezan a jugar son capaces de darse cuenta de la perspicacia y sutileza del juego. Espere unos segundos que en seguida se lo saco.
El hombre se introdujo en el almacén y al rato volvió a aparecer con una caja (como no, también azul) cogida entre sus manos. Era rectangular, del tamaño de una mochila de colegio. Y sin mediar ninguna palabra más, la depositó sobre mis brazos y me indicó con sus manos que me marchara... Yo me callé y salí de la tienda sin hacer ningún ruido...
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