lunes, 5 de septiembre de 2011

Como si este fuera otro verano cualquiera


 (......)

Samuel había levantado su voz para responder. El ruido de los coches era casi imperceptible, y sus palabras resonaron en mi cabeza igual que el timbre de una alarma estrepitosa. La noche había caído pocas horas antes por su propio peso, y las luces de las farolas eran las únicas que alumbraban el vacío del parque en el que nos encontrábamos. Miré el reloj. Eran las doce.
  A simple vista, no se atisbaba a nadie cerca de nosotros. Aunque, si se observaba con detenimiento, a lo lejos, se apreciaba una figura humana. Alguien con pelo largo, <<una mujer —pensé—>>, que se alzaba rígida, delante del tronco de un árbol. Tenía su mirada clavada en él, como esperando a que ocurriese un acontecimiento extraordinario. Ella no sé movía, y el tronco, obviamente ni pronunciaba una palabra ni se meneaba. Parecía que movía suavemente sus labios y gesticulaba con sus manos, pero no estaba del todo seguro, era una impresión muy fútil. Deje de mirar esa extraña escena. Me preocupaba que se tratase de algún fenómeno sobrenatural y zanjé mis indagaciones volviendo a mirar a los ojos a Samuel. Entonces él prosiguió:
—Ahora te toca a ti Daniel. Si me convence tu historia, aunque sea mentira, te contaré yo la mía.
—Déjame que recuerde… — contesté intentando parecer indeciso, haciéndole creer que la última vez que lloré se había quedado obsoleta en el tiempo…
Y apareció en mi mente, como un espejismo cuya función es evocar un recuerdo, cuya tarea se reduce a una rápida reminiscencia, un acontecimiento que hizo estremecerme de pánico y que me hizo desgarrar unas lágrimas escalofriantes. Se me pusieron los pelos de punta. Ya sabía que era lo que le tenía que contar.

>>La última vez que lloré fue hace tres semanas. Exacto. Me estaba duchando, Samuel, cuando empecé a llorar. Estaba duchándome con agua fría. Ese día cortaron el gas por la mañana, y no me quedó más remedio que ducharme así. Como estamos en verano, la verdad es que agradecí que por un día me obligasen a utilizar un poco de agua fresquita. Y cuando me enjabonada, mientras tarareaba una canción para dejar de lado la impresión que desde el principio el agua fría dejaba en mi piel, alguien apagó la luz del baño.

—Ajá, ¿Y qué pasó? —preguntó indiferente —. ¿Alguna visita inesperada?

>>Nada de eso. Y no tiene gracia —le reproché—. En mi baño, no existen ventanas, ni siquiera resquicios por los que entré la luz del sol. Todo lo que utilizo son bombillas de bajo consumo, dos en concreto, que alumbran el interior siempre que quiera atisbar algo. Si no, ahí dentro no se ve nada. Peor que una cueva. ¡Vamos, y tanto! Al menos las cuevas tienen una entrada abierta las veinticuatro horas del día. Pero mi baño no. La puerta impide el paso de cualquier rayo de luz. Y fuera, en la pared del pasillo, se encuentra el interruptor de la luz artificial del baño. Por lo tanto, en cuanto se apagan las luces, lo único que queda es una oscuridad absoluta.

Samuel miró a su alrededor. Seguramente intentaba hacerse una imagen viva de qué tipo de oscuridad le hablaba, pero con un gesto negativo le indiqué que no tenía nada que ver con la que nos rodeaba en aquellos instantes y en aquel parque. La mujer del fondo, con su silueta clavada en el árbol, continuaba quieta, sin moverse. Samuel no la vio aunque examinó con su mirada el parque. Entonces proseguí:

>>Había cerrado la puerta con pestillo, es una manía tonta que tengo. Y en mi casa no se encontraba nadie más; ya sabes que vivo solo ¿Verdad? Pero sin saber cómo, la luz del baño, mientras el agua se escurría por mi piel, fue apagada por alguien.

¡Protesto! —dijo Samuel. Levantó  ambas piernas a la vez, dirigiéndolas hacia su pecho y encogiéndose. Pegó las rodillas a su barbilla y cuando empezó a hablar, las abrazó con sus dos brazos—. Que protesto, no estoy de acuerdo con lo que dices. Es imposible que alguien apague la luz si tan solo estabas tú. Será mejor que rectifiques tu frase y digas: ‘Las luces de mi baño se apagaron y punto´. Y bueno, que, ¿Fue eso? ¿Por eso lloraste?

— ¡Pues protesto también! —Contesté ante su reflexión intentando imitar la misma voz con la que había pronunciado esas palabras, acompañándola de una mueca con mi cara—. Si te he dicho que fue apagada,  es que alguien la apagó. Además, no me has dejado terminar, espérate un poco. 

>>Estaba seguro de que la luz la apagó alguien por que escuché el ruido del interruptor. El interruptor del baño, cada vez que se enciende o se apaga, apretándolo levemente con los dedos, hace una especie de ‘CLACK’. Incluso si tengo música puesta, si está encendido el grifo de la ducha o aunque esté tirando de la cadena del wáter, siempre es perceptible ese ‘CLACK’. Es un ruido inconfundible que se escapa de la escala normal de sonidos para infiltrarse en mis oídos, donde finalmente se amortigua. Te aseguro, Samuel, que sabría discernir perfectamente la diferencia entre un apagón cualquiera o el ruido que se escapa del interruptor tras pulsarse. Y esta vez se trataba del segundo caso. Y aunque mis movimientos desde ese momento tendrían que haber sido fáciles, prácticamente intuitivos, que me dirigiesen a encender la luz de nuevo, me quedé totalmente paralizado. 
>>No sabía cómo reaccionar, y solo comencé a gritar. No paré de gritar todo el tiempo, quería que alguien me oyese. Era una sensación muy rara, pero, allí en la ducha, dentro una oscuridad infinita, ahogándome bajo un agua helada que salpicaba todo lo que me rodeaba, sentía como se inmiscuían unas tinieblas cada vez más agudas por todo mi cuerpo. Parecía que se introdujeran por todos los orificios que encontraban, incluso por los poros de mi piel, ganando fuerza y espacio dentro de mis propios órganos, hasta que les hiciese reventar. 
Daba igual que abriese o cerrase los ojos, no podía ver nada. Ni siquiera sabía si mi cuerpo existía o ya se estaba diluyendo entre esas tinieblas. Así que gritar fue la única solución que encontré para mantener mi coherencia activa. Y sin darme cuenta, esos gritos que ahogadamente expulsaba se habían anudado a un llanto que era incapaz de controlar. Estaba soltando unas lágrimas ansiosas, que no sabía si salían fuera porque querían huir también o porque ya no cabían dentro de mí, porque había empezado a comprimirme bajo esa oscuridad, siendo las lágrimas el primer líquido en prensar. Ni siquiera pude controlar mis llantos y gritos cuando me tiré al suelo, agachado y en cuclillas. Ahí abajo sentía como mis lágrimas se confundían  con el resto de gotas heladas que caían sobre mi cuerpo. Estaba exhausto, me comenzaba a faltar el oxígeno. No quería desaparecer y sentía que lo estaba haciendo

Samuel bajo su mirada cuando comencé a detallar tan furtivamente todas las sensaciones que me invadieron en aquel momento. Entonces, con tono incómodo, me preguntó que cómo acabó todo.

— ¿Que qué pasó al final? — confirmé en voz alta.
—Si… ¿Qué pasó? ¿Saliste de allí...? Pero cuéntamelo rápido, no hace falta que especifiques tanto, no me gustan estas cosas… Ya he comprendido que lo pasaste mal hasta el punto de echarte a llorar.
—Pues nada —contesté con aire decepcionado por haber comprobado que era incapaz de soportar mi historia entera—. Mientras gritaba histéricamente, de vez en cuando se distinguían algunas frases como ‘¡¡LA LUZ!!’ ‘¡¡POR FAVOR QUE ALGUIEN ENCIENDA LA LUZ!!’, aunque eran casi imperceptibles entre todos los sollozos que expulsaba… El caso es que de nuevo, sin previo aviso, alguien volvió a encender la luz. Oí el mismo ‘CLACK’ que había sonado décimas de segundos antes de que se extinguiese la luz. Y procedía también del exterior. Entonces comprobé que todo a mí alrededor seguía igual, que mi cuerpo estaba completo, y que podía ver con unos ojos que eran solo míos. Conseguí tranquilizarme, todo el miedo que me había invadido se esfumó poco a poco. Samuel, creo que se trató más de una reacción psicológica que de un impulso propiamente instintivo. Una reacción psicológica engordada por ese factor sorpresa… Y es que nunca podía esperarme que alguien apagase las luces del baño bajo esas circunstancias. Creo que fue lo que atrancó el resto de mecanismos que después se despidieron uno detrás de otro: los gritos, los llantos,... como una explosión en cadena que pierde el rumbo y se vuelve imparable.

— ¿Comprobaste después si había alguien en casa?
—Si
— ¿Y…?

—No había absolutamente nadie. Estaba solo, Samuel — recalqué. Mientras, el miró hacia delante ciñendo con mas fuerzas sus piernas. Yo seguí con mi mirada el mismo recorrido que había hecho con sus ojos. Cuando miré al frente, me acordé de la mujer que erguida a lo lejos parecía meditar al lado de un árbol. Pero ella ya no estaba.  
<<Menos mal que no la ha visto…>> —dije para mis adentros esperando una nueva intervención de Samuel—.

(...... )

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