Esto
de las tablets es un invento, y al menos
a mí me viene que ni de perlas para sacarla en todos los viajes y ponerme con
películas que quizás de otro modo nunca hubiese visto. Es el caso de la
película que comentaré ahora y de muchas otras que llevan el mismo camino ¡Ya
no tengo excusas para no meterme a fondo en el cine con ‘Nunca digas nunca’!
La
tumba de las luciérnagas (Hotaru no haka 火垂るの墓 en japonés) se trata de uno de
los primeros largometrajes de los ya muy conocidos estudios Ghibli. Fue
dirigido por Isao Takahata y se estrenó en Japón en el año 1988. Desde
entonces, y según palabras textuales de un amigo japonés, es la película
estrella que emiten cada año en la televisión nipona cuando se acercan las
fechas y homenajes del final de la Segunda Guerra Mundial y los bombardeos de
Nagasaki y Hiroshima.
La
historia nos adentra en el Japón de 1945, muy cerca del final de la Segunda
Guerra Mundial. Le ha llegado el turno a la ciudad de Kobe, que está siendo
asediada por la aviación norteamericana. Dos hermanos (Seita, adolescente y su
hermana pequeña Setsuko de cinco añitos) se separan de su madre al sonar las
alarmas que avisan de un inmediato bombardeo. Desde ese momento comienzan una búsqueda,
una búsqueda por sobrevivir de la mejor manera posible, una lucha inmersos entre
circunstancias cuyas consecuencias nunca se hubiese imaginado que unos críos tuviesen
que pagar, y que auguran el peor de los desenlaces.
La
figura de un padre ausente, enviado al continente asiático a merced de cometer
verdaderas atrocidades, al que Seita añora y se amarra como única esperanza de
un futuro en paz, junto con la acogida
de sus tíos y el desprecio que aflora pronto hacia los hermanos por la carga
que suponen para ellos, les obliga a tener que recorrer el viaje a solas. Un
viaje que se acuna entre la inocencia de una niña que apenas ha podido
despegarse de su madre y la fuerte pero frágil figura de un hermano mayor que
intenta cargar con las consecuencias de una guerra sobre sus hombros para que
salpique lo menos posible a su hermana pequeña.
Mientras
veía la película, había momentos de verdadera angustia y compasión hacia los
hermanos. Observaba en ellos los roles de personas que perfectamente podemos
encontrarnos hoy en día entre nosotros, qué podemos ser nosotros mismos. Entre
todo el caos de la guerra, la pequeña Setsuko aportaba a Seita el calor y
cariño más desahogado que necesitaba, mientras que éste le proporcionaba la
virtual sensación de seguridad y las palabras mágicas que todos los niños necesitamos.
Pero
a medida que se acercaba el final de la película, pululaban por mi mente dos
pensamientos que me revolvían todavía más por dentro, capaces de romperme en
pedazos.
Me
preguntaba cómo podemos seguir sin darnos cuenta de la suerte que tenemos de que
exista un triste supermercado o tienda de alimentación a la vuelta de la
esquina los que vivimos dentro de este espacio-tiempo. Y cómo derrochamos en
países como en España cuando aquí mismo hemos pasado periodos en donde
realmente no se veía la luz al final túnel. Al terminar la película, medio
conmovido, me brotó un enorme sentimiento de gratitud hacia las pequeñas cosas
que tenemos y que tanto nos cuesta reconocer. Como si el peor de los males que
creía vivir en esos momentos se viera reducido al tamaño de un grano de arena, reconocí
que tenía saciadas necesidades tan básicas como comida o cobijo, y todo se volvió
mucho más liviano. Fue como quitarse una camisa pesada de encima.
Pero
también me emocionaba el hecho de traer a la memoria los titulares del
periódico de ayer y preguntarme cómo es posible que se repita la misma historia
que narraba la película, que estas cosas sigan ocurriendo. Somos seres que decimos
que olvidamos pero no perdonamos. Casualidad o destino, unos días después de
ver la película encontraba una entrada en Facebook cuya foto tenéis más abajo. Me
pareció brutal y reveladora. Fue como la señal definitiva de que había algo que
tenía que compartir en este blog.
¿Reconocéis a Seita y a Setsuko en la foto? Yo sí. No es 1945, están en el 2014 y lo peor es que no se trata de una película de animación. Es la guerra en Siria. Entonces me pregunto cuál es su historia, si son hermanos, si se están muriendo de desnutrición,.. o qué clase de flaquezas salen
fuera de cada uno de nosotros para que los más débiles ante los ojos de los
participantes reciban las peores consecuencias de una guerra…
Y es
que tengo la sensación de que en todas las guerras se invierten los papeles.
Los niños muestran su cara más madura y sensata mientras que los adultos
pierden el control por el odio y la sed de venganza, se dejan llevar por la más
absurda rabieta que durante años e incluso siglos siguen sin saber perdonar, y
eso que se hacen llamar adultos.
*Nota de La
tumba de las luciérnagas: 6/10