miércoles, 28 de septiembre de 2011

Un límite demasiado fino


Cuando llegó a mis manos esta carta, no pude pensar más que en un límite, una línea tan fina como el trazo con el que cada letra quedaba grabada en el papel... Una carta tan fina como ese límite...

''Sábado, 19 de febrero de 2011, más de un año de alteraciones.''

<<Aunque no lo parezca, cuento el tiempo. Cuento las horas, minutos y días desde que, no más lejos de aproximadamente un año y un par de semanas, inoportunos ojos e inadecuadas manos decidieron sojuzgar, dominar, reprimir y domar una de las pocas libertades que probablemente sea la única por la cual un sujeto es capaz de guerrear: mi independencia y emancipación emocional. Reacción inmediata, espanto y sobresalto. Reacción contenida, apoyo y protección. 
Reacción a largo plazo,
…resentimiento y rencor. 
La respuesta del apoderado y nuevo mediador de mi independencia emocional, una inconclusa e inexacta apreciación de embuste y frialdad, inmadurez y falta de personalidad del que hasta entonces había sido un hijo ejemplar, y base de los futuros cambios con los que asegurarán la integridad y retorno a la falseada apariencia de su querido hijo, porque ante todo, es querido. Objetivo primordial, ‘recuperar al hijo que creíamos que teníamos y alejarle del utópico mundo de la homosexualidad en el unas malas lenguas le han debido sumergir’; todo saldrá bien, cariño.

Yo, ahora, tras un año y dos semanas desde esta apreciación, me pregunto cual ha sido su evolución y desenlace, pues indudablemente una de las principales peculiaridades en desaparecer entre padres-hijo, agentes-receptor, fue la intimidad, confianza y credibilidad. Pero algo me dice que todo sigue igual, porque si no, mi reloj mental que cuenta los minutos, horas y días se hubiese estancado en los recuerdos. Y, todo sea dicho, desafortunadamente todavía me mantiene sujeto a la realidad, una realidad cuya pública expresión queda reducida y desechada a la corta experiencia vital, ingenuidad e inmadurez que caracteriza a un adolescente de diecisiete años. Mis pesares, pasiones, dolores o tristezas se sustituyen por consejos y asesoramientos de rebuscados psicólogos (pues no todos valen para ‘reconducir’ a un homosexual) y en vez de buscar soluciones sinceras y rectas dialogando con el principal afectado, siento que alguien intenta refugiarse en los enredos y manipulaciones de todos aquellos que les transmiten lo que ‘quieren escuchar’, un indiscutible alivio para aplacar y sedar la amenazante apariencia revelada de nuestro querido hijo.

Pero, volviendo al principio, este descubrimiento fue acompañado de reacciones, y las más personales, el apoyo y protección que quizás un adolescente debería recibir de sus padres si en tan susceptible, ingenua e inmadura postura es emplazado, quizás esa falta de tolerancia y  entendimiento hacia lo religiosamente y tradicionalmente repudiado y censurado como muestra de deshonra social, y cuyo veredicto quedó grabado en palabras de unos padres, es quizás lo que me llevó a buscar un respeto, que no consuelo ni identidad, en palabras de la boca de otros. Claro estaba que, la falta de intimidad a la que me resignaba cada día no era más que el preludio del alejamiento, justificado bajo la sigilosa tarea de ‘reconducción’ a la que unos padres se sometían, de todas aquellas palabras de comprensión y respeto que un ‘enfermo’ como yo no se merecía, que supuestamente manipulaban mis tendencias sexuales, y que no dudaron en mitigar bajo falsas e incrédulas intimidaciones que no cesan hasta hoy, aunque se perciba un aire de desasosiego por mi próxima mayoría de edad y su palpable incapacidad de retener el tiempo, un tiempo fielmente útil con el que lograrían que una de sus amenazas consiguiese amedrentarme y sanar mi orientación sexual, de la cual ven culpable a todo sospechoso menos a mi mismo.

Mi pregunta es concreta: ¿Qué pasará a partir de ahora? Como dije, las reacciones que en un principio eran a largo plazo son las que perduran ahora, rencor y resentimiento, impulsados por la impotencia y el miedo a actuar, a que durante todo este tiempo cualquier juicio fuese desestimado y clasificado como meras influencias y palabras inmaduras y a que cualquier emoción revelada fuese utilizada en contra a modo de menosprecio. Un silencio incómodo pero a la vez lleno de mucho significado, y que no parece haber sido aún descifrado por sus verdaderos instigadores. Me da pena y me amarga ver que creen y confían plenamente en las resoluciones y opiniones de esos contados ‘profesionales’, y que descartan o rechazan las voces de muchos otros y desde luego la mía, porque así fortalecen la seguridad de sus razones frente al irraciocinio que parece caracterizar a toda la gente como yo; tal vez la realidad que les continúan construyendo sea la verdaderamente inverosímil e improbable, pero sin duda la única capaz de devolverles a su querido hijo.

Ya no escribo por satisfacción, sino por necesidad, porque el justificado silencio que he guardado durante este tiempo pasa factura, y todos estos argumentos que te gustaría detonar se acumulan, y pinchan de amargos y desagradables que son al acumularse, porque rayan, rayan la locura, hasta tal punto que sólo requieres de la expresión escrita con declaraciones como ésta para deshacerte de ellos. Y si por si acaso algo se aprende de ellos, que sea la irrazonable y arbitraria disposición en la que nuestra sociedad actual se encuentra, donde obviamente un buen prestigio familiar, social o económico donde todo valdrá para conseguirlo, somete y merma una íntima búsqueda personal, sincera y honrada, muchas veces lejos de los prototipos e ideales, ahora si, ficticios y entre los que convivimos, de manera que siento que toleramos e incluso preferimos ser moldeados a su gusto y antojo, sin saber ni cómo ni por qué...>>.


(.....)
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